Bitácora de Andares I

Intento abrir una gran caja, tan cargada de interrogantes que me confunden, no sé cómo y de qué forma comenzar. Ella es mi corazón. Este blog será desde hoy - como dice el tango- centinela de mis promesas de amor.
Quiero hablar de mi “dos caballos”. Es decir: mi Citroën 2cv.
Mientras espero que en estos días se termine la restauración total, pido a la musa inspiradora  y a esta taza de té humeante - amiga inseparable de tantos recogimientos -  que con su mezcla de yerbas aromáticas, me ayuden a dar forma a este ejercicio literario que me he encomendado divulgar. Para encontrar una respuesta, un bálsamo, que alivie estas horas de embrujo.
Los días se eternizan. Son horas largas como una vuelta al mundo.
Son diez meses aguardando el instante del reencuentro. Son un sin fin de emociones.
Si nos pudiéramos librar por un momento de la infatigable rueda de emociones que nos arrastran sin piedad por los caminos de la impaciencia, llegaríamos a los objetivos con cierta liviandad. Pero si no hubiera dudas, si no hubiera emociones, si no existiera la espera y la impaciencia, no sería ésta (como me ha gustado llamare y sentirme de nuevo) “la espera del niño”
Y no hay nada que se haya parecido más –  o por lo menos para mi –
Por momentos he sentido cierta similitud al recordarme de niño, esa emoción que todo lo puede cuando esperaba mi cumpleaños, a los reyes magos o simplemente, un regalo que viene de lejos. Viéndolo de esta forma, parecía un niño interesado y materialista pero lo que en realidad me importaba era jugar.
Y ya que nos ponemos, quiero dejar claro que soy de los que piensan que los niños no deberían esperar. Ellos manejan mejor que nadie la concepción del tiempo.
A los ojos de los mayores, es una idea difícil de entender. Creen y se auto convencen, de  hay un problema. Llamémosle de hiperactividad, de conducta… ¡de sueño!
El problema lo tienen ellos. Y es el haber perdido demasiado tiempo en detalles insignificantes, alimentando un mundo que se volvió gris y mecánico. Es como haber perdido agua de las acuarelas.
Hay algo de magia en el pataleo, en el “refunfuño” diario por lo que se espera y no termina de llegar. La imaginación es libre, aparecen reinos mágicos con senderos de baldosas amarillas, se puede llegar a cualquier parte…. incluso a la Luna.
El tiempo transcurre lentamente, la atención no es dispersa… y estar en ninguna parte es cosa de adultos.
Sí, los niños no saben ni deberían esperar.
Y yo no puedo hacerlo esperar. Debo dejarlo hablar. Solo él puede manifestarse y decir la verdad. Quiero contar mis experiencias y sensaciones con el 2cv, como si tuviera de nuevo 8 años.
Tuve la suerte hace unos días volver a leer El Pricipito.  Me dí cuenta, que en algún momento, me he olvidado de ese niño caprichoso y soñador que fui, dejándolo dormido en mi interior, ocupándome de asuntos menos importantes. Cai en la cuenta de que ya no era capaz de ver la “ovejita dentro de la caja”… te pido perdón.
Desde ahora, mi tarea será: deshollinar todos los días mis volcanes interiores y podar los Baobabs que con sus hojitas de refutador, vengan a interrumpir mis pataleos, resongos y… sonrisas.

Así comienza ésta historia.  La de él, un 2cv de 1967 que alguien con poca imaginación y poco tiempo para buscarle un nombre bonito, decidió recluirlo en un simple código: azam6. Pero gracias a ese código, con la ayuda de algunos amigos que comparten la misma afición, nos encargaremos de develar. Y así, los del tiempo, del espacio y de la vida.

Gracias Mariano por inspirarme.
Mario Antonio Herrero Machado. Esta foto se tomó el 12 de julio, 1980 en Córdoba, Argentina.

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