Samba para no morir

Como en cámara lenta, recojo las llaves que reposan en una de las estanterías de la cocina.
Están frías y yo las sacudo como si fueran cascabeles quitándole el hielo de la espera.
Es la ceremonia previa al reencuentro.
Sus ojos amarillos me observan bajar la cuestecita que tiene la cochera (así se le llama al parking comunitario en España). Mientras bosteza, aprovecho para medir el nivel de aceite. Compruebo que no tenga los cables cruzados. Una caricia, contacto, un poco de aire y el susurro de siempre a unos oídos que no tiene, pero que escuchan todo…
Y su respuesta llega a la primera, es la misma de siempre: vencedor del olvido y la muerte.
Es la ceremonia propia del reencuentro.
Primera, esquina, segunda, semáforo, primera, segunda, cuesta, rotonda, cuesta de nuevo, “a mí no me cuesta”, tercera, cuarta, velocidad crucero… duendes, ángeles, luz…  mucha luz.
Caigo en la dulce fascinación que me produce avanzar. Me estiro, relajo los hombros, ventanilla arriba, saco el brazo y mi mano baila una sevillana.  Saboreo el aire de la campiña. Nos saludan los olivos. Obstáculo, de cuarta a tercera y un rugido me recuerda que la perfección no existe. No importa  -le digo-  no es culpa tuya.
Me impregno de imágenes y sensaciones. La vida transcurre diferente vista desde adentro del 2cv.  
En esta dulce calma que todo lo tiñe, no puedo dejar de sentirme afortunado.
Llevo conmigo un estandarte imaginario hecho de la misma materia que los sueños.
El mismo que, mucho antes que yo, transportaron amigos que no conozco y que ya han desaparecido.
En él, y con letras de oro, puedo leer la palabra libertad.
Ahora pienso en ellos, en sus vidas más allá de estas regiones, repartidas por el mundo, con sus historias personales, sus trabajos, sus indignaciones, sus alegrías, con sus esposas, con sus hermanas…
Se de algunos, recuerdo sus nombres. Eso no se olvida.
Ahora estoy en ellos, y ellos en mí.
Intento simplemente compartirlo contigo, que estas de ese lado y que quizás sientas lo mismo.
Ésto forma parte de nuestro secreto, es nuestro guiño cómplice.
El 2cv es una excusa para ir sereno por el camino de la vida. Es nuestro corcel que nos ayudará a llegar más lejos en búsca de luz.
Nos hemos encontrado. No cometamos el error de olvidar nuestro propósito.
Cuando vuelvo a casa y lo dejo descansar en el pequeño espacio reservado para él, le doy las gracias. Gracias por llevarme a ver lo que he visto. Por haber estado conmigo. Por  moverse al son de los rayos de sol. Por no haberme abandonado silenciosamente en la carretera como hacia cuando aún no nos conocíamos. Por darle cobijo a los fantasmas que me cuentan estas historias. 


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